Como todos tenemos presente, la tecnología avanza a pasos agigantados sin esperar a nadie y vemos como poco a poco los robots se hacen un espacio en las rutinas diarias de las personas, en ocasiones sin darnos cuenta. Claro ejemplo es nuestro móvil u ordenador, dispositivos inteligentes con los que estamos acostumbrados a lidiar desde hace años y que su importancia y utilidad las damos por seguras sin pensarlo. Estas tecnologías, habitualmente, no se mueven y carecen de emociones en sus interacciones con nosotros y es por eso que no dejamos de verlos como meras máquinas frías y funcionales.
Hoy por hoy podemos encontrar robots de juguete, robots de compañía, programables o robots tipo mascota, habitualmente el perro robot, con inteligencia artificial que son capaces de ser “conscientes” de su entorno con una elevada capacidad de reacción ante diferentes situaciones, así como una capacidad de acción cercana a la espontaneidad gracias a los avances en estos sistemas. El gran inconveniente de estos robots es que no puedan mostrar empatía, aunque sean diseñados de maneras creativas para adoptar formas agradables y aceptables en un hogar.
La interacción entre los robots de juguete y los niños tiene que ser preferiblemente mediante comandos de voz, tacto y acompañado por gestos sencillos de uso cotidiano. La empatía, se simula tanto a través de un diseño con el que los niños, jóvenes y adultos se sientan identificados, como un robot programable humanoide o un robot tipo mascota. La interfaz entre el usuario y el robot es relevante, debe permitir mostrar “emociones” reconocibles tanto por cambios en las expresiones del rostro, comportamiento y modulación de la voz. De manera que la interacción sea más natural y fluida.
Un robot de juguete es el compañero ideal para los niños, pues no estará nunca de mal humor (a no ser que sea programado para ello) y hará lo que siempre le pidamos dentro de su repertorio de acciones. Por ejemplo podrá servir como un ayudante en los estudios, para hacernos compañía, para darnos una receta, para aprender a programar, para leer, aprender otro idioma e infinidad de cosas más.
Las aplicaciones para un robot de juguete son innumerables. Imagina, por ejemplo, un robot tipo mascota, como un perro, un gato o un oso, pueden llegar a ser un compañero de juegos muy conveniente de cara a evitar que los niños se sientan solos e inquietos. En un futuro no solo servirán como compañía, serán capaces de detectar cambios de comportamiento en los niños, cambios en la temperatura o simplemente como una herramienta tecnológica que permita a los padres ver en tiempo real que hacen los pequeños en casa cuando están solos.
Por otro lado están los robots programables que se encuentran dentro del maravilloso mundo de la robótica educativa, autómatas que con el tiempo se convertirán en educadores personalizados dentro de nuestros hogares. Una gran ventaja que ofrecen es enseñar a programar por ejemplo, mientras se divierten jugando con el robot. Los robots utilizan actividades divertidas para atraer la atención de los niños, como: Plantear retos a resolver, ejercicios divertidos, premiar la solución de problemas con nuevas funciones o características, mediante juegos y diferentes actividades didácticas.
Al final, los robots de juguete han empezado como una moda, pero ahora son una necesidad la cual la sociedad y gobiernos de países desarrollados han recibido el mensaje de su importancia. Por eso no es de extrañar que ahora podamos ver diferentes escuelas, centros y universidades que han creado asignaturas, clases, talleres y laboratorios de robótica. Dándole así la importancia que se requiere en este campo, puesto que en un futuro la gran parte de los trabajos tendrán relación con la tecnología. No hay mejor manera de empezar a aprender con un robot para niños y que además les enseñe a desarrollar mentes capaces de entender la tecnología, la robótica y la lógica de programación mientras juegan.
